Si te entrara la crisis de los 30, 40, 50, 60…
(al parecer, cambiar de década produce una profunda crisis que nos hace querer rebobinar)
… y te diera por hacerte un tatuaje bien guapo en tu cuerpo serrano…
… ¿Te fiarías de un tatuador que no lleva ni un solo tatuaje?
Piénsalo. Pero piénsalo bien.
No con la mente racional que rechaza la idea de que tú también discriminas y no tratas a todos por igual, sino con la que ha actuado por instinto en cuando te he planteado la situación.
Porque aunque te haya provocado rechazo, la realidad es que es un sinsentido que no te fíes de alguien que ha decidido no convertirse en el lienzo para sus colegas (probablemente cuando todavía estaban aprendiendo). En todo caso lo convierte en un ser cabal y sensato. Pero no en un incompetente.
Sino, por esa regla de tres:
* No deberías operarte de la vista por un oftalmólogo que lleve gafas
* No deberías dejarte cortar el pelo por un peluquero calvo (ni ponerte implantes si el tricólogo tiene la cabeza como una bola de billar)
* No deberías ponerte en manos de una uróloga (o de un ginecólogo)
* No deberías tener de entrenador personal a alguien entrado en carnes
* No deberías llevar a tu perro al veterinario porque no es un animal
* No deberías contratar una canguro que no haya tenido hijos
* No deberías ponerte implantes dentales con alguien que no los lleve
* No deberías tener de jardinero a alguien que no tenga su propio jardín
* No deberías dejar a tu abuela al cargo de alguien que no tenga, al menos, su misma edad.
* No deberías tratarte de depresión con alguien que no la haya vivido en primera persona.
Y otras reducciones al absurdo similares.
La realidad es que tu cerebro busca congruencia. Desesperadamente. De forma irracional. Básica. Instintiva. Hasta rozar el absurdo en muchos casos.
Entonces tú tienes a la amígdala ahí, en el centro de tu cerebro, gritando «¿Estoy a salvo? ¡¿Estoy a salvo?!». Y cualquier signo de incongruencia la pone en alerta.
No puede evitarlo.
Como ocurre con cualquier sesgo, conviene saber que está ahí.
Conviene conocerlo.
Para que te impacte lo menos posible si es que haces tatuajes pero te niegas a llevarlos.
Y también para saber aplicarlo a tu favor.
En el audio del enlace de abajo hablo de lo segundo.
De cómo aprovechar el sesgo de la congruencia para que hagan lo que quieres que hagan.
Es sutil. Es efectivo.
Es una pequeña muestra de cómo aplicar la persuasión para influir en los demás.
Es por aquí:
Sin adornos ni tatuajes.
Limpiamente,
Javi Vicente
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