Hace unos años me lesioné entrenando capoeira.
Resbalé con mi propio sudor y caí sobre el dedo gordo del pie.
Dolía mucho.
Tanto que decidí ir a urgencias.
Le conté al médico que me atendió lo que me pasó.
«¿Estabas entrenando?»
Le dije que sí. Y me dijo que quería hacerme un electrocardiograma.
Sus razones tendría. No me las dijo. A mí me dolía el dedo, pero a lo mejor había alguna relación que se me escapaba.
«Esto no puede ser. Tenemos que dejarte en observación», me dijo mientras estudiaba los resultados.
Quise saber por qué. Me dijo que no era normal tener 45 pulsaciones por minuto después de haber entrenado.
Bueno, sí era normal. Porque soy bradicárdico deportivo y porque hacía ya 3 horas que había terminado de entrenar.
Eso sí, me tocó convencerle de que no me caería en seco al levantarme de la camilla.
Luego le pregunté si podía mirarme el dedo que me dolía con cada una de mis 45 pulsaciones por minuto. Accedió:
«Madre mía. Lo tienes fatal. Te lo tengo que tocar. ¿Te duele si hago así?»
Le dije que no. Que ese no era el dedo que me había lesionado. Era el otro.
El que estudiaba con una mezcla de estupor, asombro y reparo me lo rompí a los 13 intentando hacer una rabona. Entonces había una pared, un balón que no se movió ni un ápice y un dedo que hizo crack.
«¿Seguro que este no te duele?»
Tal vez pensara que no me llegaba suficiente sangre al cerebro y que estaba desvariando. Le aseguré que sí. Que el dedo que estudiaba como si nunca hubiera visto nada igual estaba perfectamente mal sellado tras una fractura a los 13.
Al final inspeccionó mi dedo. El que me dolía. Era un esguince. Reposo, cremita para el dolor y más mirar donde pongo el pie a la otra. Fin de la historia.
Bueno. Esto es algo que pasa mucho.
No me refiero a lesionarte un dedo y que traten de curarte el otro. A eso no.
Me refiero a que muchos negocios tiene delante a alguien que está diciendo cosas. Cosas importantes. Cosas que el negocio puede resolver. Cosas que, si escuchara con atención, le harían ganar mucho más dinero. Pero en lugar de eso, se dedican a hacer ECGs y mirar el dedo que no es.
Bueno. Yo tengo una formación. No es para curar esguinces. Es para que aprendas a escuchar a tu audiencia. Y les cuentes lo que necesitan saber para que confíen en ti y tengan claro que quieren lo que tú les ofreces. Y luego te compren. Es aquí:
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Saber escuchar a tu cliente es lo mejor que puedes hacer por tu negocio. Lo segundo mejor: que te compren justo eso que necesitan. Esta formación va de eso. Pero si eres más de hacer ECGs cuando te llega alguien con una contusión, pues tú mismo.
Que tengas un gran día.
Javi «dedos gordos pochos» Vicente
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