Un experimento. Rápido:
Dime 3 cosas en las que eres malo. Que se te dan mal. Que sabes que nunca has terminado por dominar por mucho que lo hayas intentado.
Deprisa. No lo pienses mucho.
Bailar. Cocinar. Que mis plantas vivan.
Esas son mis tres actividades.
No he invertido más de 10 segundos en dar con ellas.
Seguramente tú tampoco.
Ahora la segunda parte del experimento:
Di 3 cosas en las que eres de lo bueno lo mejor y de lo mejor lo superior.
Vamos. Deprisa. Es para hoy. Dime solo tres.
¿A que cuesta más nombrarlas?
¿A que no se te vienen a la cabeza tan fácil como aquello donde eres un ceporro?
Esto tiene una explicación: el poderoso e implacable poder de la repetición.
Durante toda nuestra vida, especialmente en la infancia, la comunicación se centra en destacarnos lo que hacemos mal: «Eso no. No se hace así. Así no va. Bájate de ahí. Te vas a caer. No hagas eso. Estate quieto. No preguntes. Cuando los mayores hablan tú te callas. Estudia algo de provecho.»
Y esa repetición y disco rayado constante sobre lo incompetentes que somos se queda muy adentro. Con nosotros. Para siempre en muchos casos.
De manera que cuando somos adultos, vemos con una claridad prístina en qué somos malos. Pero nos cuesta ver en qué destacamos y sobresalimos.
En el caso extremo, quien no encuentra nada en su lista de virtudes y ve que otros tienen éxito, solo sabe perpetuar la cantinela y criticar, juzgar y denostar aquello en lo que otros son buenos.
Así es el implacable poder de la repetición.
Desconozco si a estas alturas has nombrado ya 3 cosas que se te dan bien. Pero si alguna de ellas tiene que ver con tu facilidad para escribir…
… Porque te gusta, te sale natural, te resulta catártico, terapéutico, reparador… porque te escribes encima…
… Quizá te interese saber cómo canalizar esa virtud (sí, es una virtud) para saber qué fibras debes tocarle a tu audiencia para que quiera resolver su problema contigo:
Quizá hoy sigas sin verlo. Mañana te lo repetiré.
No hay herramienta más poderosa e implacable que la repetición.
Implacablemente,
Javi Vicente
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