Un cliente me contaba el otro día que teme abrir mis correos. Porque sabe que cuando abre uno tiene que leerlo hasta el final.
Y que luego se le queda ese retrogusto de las palabras, rondando la garganta y bajando por el estómago. Que es con lo que tomamos decisiones.
Entonces, dice que abre mis correos esporádicamente para refrenar el impulso de comprar. Y para no sentirse mal del todo si se acaba alguna promoción y no ha comprado.
Este efecto es imposible de conseguir mandando un correo al mes. O a la semana. O solo en navidades, deseando feliz año a toda esa gente que un día te dio su email y luego no supo nada más de ti.
Ojo. Que también es imposible de conseguir si mandas correos que no interesan.
Entonces, si yo fuera, por ejemplo, un traumatólogo…
… mandaría todos los días un correo hablando de lo que le importa a alguien que tiene una lesión que solo se cura con cirugía. Hablaría de mis pacientes. Los que dan el paso y mejoran. Los que no se recuperan. Y los que van a peor por no decidirse. Hablaría de cómo me hice una lesión parecida esquiando y de cómo me acojoné cuando me dijeron que había que operar. Hablaría del postoperatorio. De la recuperación. De la vida sin dolor. De la vida con dolor. De todo eso, cada día, hablaría en mi correo.
Y cada uno de esos correos dejaría el retrogusto de esas palabras, rondando la garganta y bajando por el estómago. Y sería muy rara la semana que no me escribiera alguien con una lesión que solo se cura con cirugía pidiéndome una cita.
Bueno. Tengo una formación para saber qué escribir todos los días. Si sabes qué decir, sabes cómo vender lo que haces. Si sabes vender, es imposible que no puedas ganar dinero dedicándote a lo que te gusta. Imposible.
Si leer esto produce un cosquilleo en tu estómago, tal vez quieras conocer los detalles de esta formación:
Que pases un gran día,
Javi «retrogusto» Vicente
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¿Qué te deparará el destino?